El 8 de diciembre de 2024 marcó un momento histórico para Siria. Después de 24 años de gobierno bajo Bashar al-Assad, las fuerzas de oposición lograron tomar Damasco, poniendo fin a más de cinco décadas de control autoritario de la familia Assad.
A medida que las fronteras comenzaron a reabrirse, miles de sirios, que habían escapado del conflicto, regresaron para encontrar un país irreconocible pero libre. Las escenas en la Plaza de los Omeyas, ahora símbolo de esta nueva era, se llenaron de banderas ondeantes y cánticos de libertad, en contraste con el miedo y la represión que alguna vez definieron este lugar.
Para muchos, como el periodista Mohammad Ghannam, que fue encarcelado y se exilió en Francia, el retorno es una mezcla de esperanza y nostalgia. "Creo que todos los que puedan regresar deberían hacerlo para reconstruir el país", declaró, señalando que esta es una oportunidad histórica para Siria.
Sin embargo, tras el júbilo inicial, han surgido preocupaciones sobre el futuro político del país. Aunque el nuevo liderazgo ha prometido elecciones libres y una constitución inclusiva, persisten las tensiones sobre el papel del islam en el nuevo orden y la representatividad de las minorías.
El presidente interino Ahmed al-Sharaa, ex líder de la coalición rebelde, enfrenta crecientes presiones para abrir el escenario político y evitar que la euforia de la libertad se convierta en una nueva forma de autoritarismo.
Mientras tanto, las señales de cambio ya se hacen evidentes en lugares como el Café Rawda en el centro de Damasco, donde intelectuales y artistas debaten libremente, un lujo impensable durante el régimen de Assad. Sin embargo, algunos temen que las corrientes más conservadoras puedan amenazar estas recién ganadas libertades.
A medida que Siria busca definirse en esta nueva era, la gran pregunta es si podrá construir una democracia duradera que refleje las aspiraciones de su pueblo o si, como muchos temen, las viejas dinámicas de poder volverán a imponerse.
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