Aunque los enfrentamientos armados cesaron hace décadas, Corea del Norte y Corea del Sur siguen inmersas en una confrontación silenciosa pero persistente: una guerra de información que se libra en la frontera más militarizada del mundo.
Entre las alambradas y torres de vigilancia que dividen la península, se alzan discretos altavoces camuflados. Desde el sur, estos dispositivos transmiten canciones pop, mensajes subversivos y relatos de libertad, desafiando abiertamente la narrativa impuesta por el régimen de Kim Jong-un. Al otro lado, Corea del Norte responde con débiles emisiones de propaganda militar, intentando contrarrestar el impacto.
Este enfrentamiento comunicacional tiene un objetivo claro: penetrar el aislamiento informativo norcoreano. Mientras Seúl impulsa la difusión de contenido extranjero, Pyongyang redobla esfuerzos para blindar a su población. Corea del Norte es el único país donde el acceso a internet está totalmente restringido, y todos los medios de comunicación son controlados por el Estado.
La motivación detrás de este férreo control es simple: buena parte del culto a la familia Kim está construido sobre falsedades. Desenmascarar esa narrativa representa un riesgo existencial para el régimen.
Más allá de los altavoces, existe un movimiento clandestino más sofisticado. Organizaciones sin fines de lucro, como Unification Media Group (UMG), elaboran listas de reproducción con contenidos cuidadosamente seleccionados: dramas surcoreanos, música K-pop y materiales educativos sobre derechos humanos y democracia. Estas memorias USB y tarjetas SD son introducidas de contrabando a través de la frontera con China, desafiando las estrictas medidas de seguridad.
Los testimonios de desertores confirman su eficacia. Muchos aseguran que fue precisamente el acceso a estos contenidos lo que despertó en ellos el deseo de libertad. Series como When Life Gives You Tangerines y canciones de artistas como Jennie de BLACKPINK les mostraron una realidad distinta: coches de lujo, edificios modernos y personas que gozan de libertades impensables en su país.
Sin embargo, Pyongyang ha intensificado la represión. A partir de 2020, se promulgaron leyes que castigan con cárcel —e incluso con la muerte— la posesión de material extranjero. Nuevas vallas eléctricas refuerzan la frontera, y escuadrones juveniles patrullan las calles vigilando comportamientos, formas de hablar y estilos de vestir influenciados por la cultura surcoreana.
Un ejemplo es el caso de Kang Gyuri, una joven que creció en Corea del Norte y que decidió huir en barco en 2023. Asegura que los K-dramas transformaron su manera de pensar. Aunque ella y sus amigas intercambiaban USBs en secreto, la represión fue en aumento hasta convertirse en una amenaza constante.
La sofisticación del régimen llega al punto de manipular los teléfonos móviles. Un dispositivo recientemente sacado del país mostraba cómo ciertas palabras en dialecto surcoreano eran automáticamente reemplazadas por sus equivalentes norcoreanos, como una forma de censura digital.
En medio de este escenario, las organizaciones que impulsan el flujo de información enfrentan nuevos desafíos. Tras su regreso al poder, el presidente Donald Trump suspendió fondos clave para emisoras como Radio Free Asia y Voice of America, que transmitían contenidos dirigidos a Corea del Norte. También está en duda la continuidad de la financiación para entidades como UMG, afectando directamente su capacidad operativa.
La cuestión de quién debe financiar esta guerra informativa sigue sin resolverse. Si bien Estados Unidos ha liderado estos esfuerzos, surgen dudas sobre su sostenibilidad. En Corea del Sur, el tema está profundamente politizado: sectores liberales prefieren mejorar relaciones con el Norte y rechazan tácticas confrontativas como los altavoces propagandísticos.
A pesar de las restricciones, activistas como Sokeel Park mantienen la esperanza. Argumentan que, una vez sembrada, la información no puede ser erradicada de la mente de las personas. Confían en que los avances tecnológicos permitirán ampliar su alcance, y que, a largo plazo, el conocimiento será el catalizador de un cambio interno en Corea del Norte.
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