Megan Dixon comenzó a presentar síntomas de salud a los 13 años, pero fue a los 16 cuando su condición se agravó notablemente: perdió la capacidad de hablar y su estado general se deterioró rápidamente. Los médicos sospecharon que podría haber sufrido un derrame cerebral y decidieron hospitalizarla en Reino Unido para realizarle pruebas. El plan era que permaneciera internada solo cuatro días; sin embargo, Megan no abandonó el hospital hasta dos años después, y lo hizo completamente paralizada.
Durante su estadía hospitalaria, perdió la capacidad de caminar, hablar y abrir los ojos. Los profesionales de la salud advirtieron que probablemente no volvería a moverse. El diagnóstico final fue un Trastorno Neurológico Funcional (TNF), una condición en la que el cerebro presenta dificultades para enviar y recibir señales adecuadamente, sin que exista daño estructural en el sistema nervioso.
A los 18 años, Megan fue trasladada al Centro de Atención Neurológica Eagle Wood, en Peterborough. Allí comenzó un arduo proceso de rehabilitación, lejos de su familia y en una situación de extrema vulnerabilidad, como ella misma describió: "Era apenas como una bebé. No podía ver, no podía hablar, no podía moverme".
Su enfermedad había comenzado de manera gradual, pero en 2021 su situación empeoró de manera repentina. Megan fue ingresada al hospital para someterse a estudios de emergencia tras perder la capacidad de hablar. Lo que sería una corta evaluación médica terminó extendiéndose durante dos años de internamiento crítico.
El TNF provocó en Megan una serie de síntomas severos: incapacidad para tragar, visión comprometida —su cerebro no distinguía entre ojos abiertos o cerrados—, y episodios de hasta 50 convulsiones diarias, que posteriormente lograron reducirse a entre 10 y 15. La alimentación se realizaba a través de una sonda, primero nasogástrica y luego directamente al estómago.
Tras 18 meses de terapia intensiva, su recuperación ha sido extraordinaria en varios aspectos: Megan ha recuperado la movilidad en gran parte del cuerpo, el habla y la visión. Sin embargo, debido a contracturas graves en las rodillas, no podrá volver a caminar, a menos que se someta a una cirugía correctiva que todavía está en espera.
"Los médicos dijeron a mis padres que se prepararan para lo peor. No esperaban que llegara a los 18 años, y ahora tengo 20", relató Megan. Contra todo pronóstico, ahora sueña con convertirse en manicurista profesional y está ahorrando para realizar un curso en línea. También planea mudarse con su novio, un cambio que representa una nueva etapa de vida después de años de lucha.
El Trastorno Neurológico Funcional, según la organización FND Action, puede causar debilidad en las extremidades, parálisis, convulsiones, dificultades para caminar, espasmos, tics y problemas sensoriales, entre otros síntomas. Aunque históricamente fue asociado erróneamente solo a traumas psicológicos, hoy se reconoce que el TNF tiene una base neurológica en el funcionamiento de las redes cerebrales.
Megan, quien ahora comparte su experiencia en TikTok, envía un mensaje de resiliencia: "Cada pequeña victoria, ya sea mover un dedo, decir una palabra o simplemente sobrevivir un día más, merece ser celebrada".
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