Unos meses después del nacimiento de Jamey Carrington en Estados Unidos, sus padres empezaron a notar que algo no iba bien con su hijo. Jamey tenía dificultades para sentarse sin caerse y no comenzaba a gatear, lo que es común en el desarrollo de los bebés.

Tras visitar a varios médicos, finalmente le diagnosticaron atrofia muscular espinal tipo dos, una enfermedad crónica que provoca debilidad muscular. Esta condición limitaba severamente la vida de Jamey, impidiéndole caminar, alimentarse adecuadamente y realizar actividades cotidianas.
El joven reflexionó sobre el impacto que esta situación tuvo en su familia: “Esta fue una de esas cosas que pueden separar o unir a una familia”. Afortunadamente, su familia unió fuerzas para afrontar los retos juntos, aunque su infancia estuvo marcada por las dificultades que su discapacidad implicaba.
En la escuela, Jamey observaba cómo sus compañeros realizaban actividades que a él le resultaban imposibles. Este sentimiento de exclusión lo llevó a momentos de profunda tristeza, y solía regresar a casa llorando y preguntándole a su madre por qué le había tocado vivir así.
“Mamá, ¿por qué no puedo hacer estas cosas? ¿Por qué Dios me dio esto?”, se cuestionaba, sintiendo una falta de dirección y propósito en su vida.
A pesar de crecer en un entorno familiar amoroso, Jamey experimentó un vacío existencial y no entendía su propósito en la vida. El joven confesó sentir que estaba “vagando sin rumbo” y cuestionaba el sentido de su existencia, especialmente al ver que no podía vivir las mismas experiencias que los demás.
Aunque asistía a la iglesia con su padre, aún no había tenido un encuentro personal con Jesús, lo que lo llevó a sentirse desconectado en su fe.
Durante la secundaria, esa sensación de vacío aumentó, y Jamey buscó maneras mundanas de lidiar con su dolor emocional, incluida la pornografía. También enfrentó una batalla interna, alimentada por pensamientos negativos y mentiras que le decía Satanás, como que Dios no lo amaba ni era justo. Cuanto más creía en estas mentiras, más se intensificaba su sufrimiento.
Un cambio significativo ocurrió cuando Jamey vio un video sobre la Biblia en Internet que le despertó un profundo interés. “La Biblia me pareció increíblemente cautivadora”, confesó.
Este descubrimiento lo motivó a estudiar teología y buscar una relación personal con Jesús, lo que se convirtió en un camino de transformación.
Durante los siguientes cuatro años, Jamey se dedicó a buscar a Dios ya confrontar las mentiras que le habían atormentado. Se dio cuenta de que, aunque había luchado con el resentimiento hacia su condición, al escuchar a Dios, descubrió que su dolor podía tener un propósito.
“Puedo darle un propósito a tu dolor”, le dijo el Señor, ofreciendo a Jamey una nueva perspectiva sobre su vida.
Finalmente, al caminar con Cristo, Jamey experimentó una sanación emocional y encontró su verdadero propósito e identidad en Dios. Hoy, con 18 años, utiliza las redes sociales para compartir el amor de Dios y alcanzar a otros, reconociendo que si no hubiera encontrado alegría en su fe, podría haber caído en una profunda depresión.
“Si no conoces a Dios, ¡conócelo! Porque Él te conoce, y es el ser más increíble, bondadoso, cariñoso y amoroso que puedas conocer. Si eres escéptico de lo que Jesús puede hacer, simplemente dale una oportunidad, pruébalo y te prometo que encontrarás un asombro sobrenatural y verás todo el bien que Dios puede hacer”, concluyó.
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